José Castaño Alvarez
Resumen
Este artículo presenta un breve análisis de algunas magnitudes funcionales y sus unidades de medida tradicionales surgidas de la subjetividad humana y de cómo los hombres percibimos nuestro entorno.
Palabras claves
Unidades de medida tradicionales, magnitud, medida.
Summary
This article presents a brief analysis of some functional quantities and their traditional units of measurement arising from human subjectivity and how men and women perceive the environment.
Key words
Traditional units of measurement, quantity, measurement.
Gabriel de Ciscar, en 1800, escribe: “No se puede dar una idea exacta de una cantidad sino comparándola con otra conocida a que suele darse el nombre de unidad. Medir una extensión es hallar las unidades y partes de unidad de que se compone”. Muy acertada nos parece la definición de unidad que aparece en el Diccionario de uso del españo” de María Moliner: ‘La unidad es cada cosa completa y diferenciada de otras que se encuentra en un conjunto contable. Cada avión de una flota’.
Sin lugar a dudas, Ciscar tiene claro el concepto de magnitud que el DRAE actualmente define como : ‘Propiedad física que puede ser medida como el peso, la temperatura, la capacidad, etc.’ . No podemos echar en saco roto cómo la define María Moliner en su Diccionario: ‘Cualquier aspecto de las cosas que puede expresarse cuantitativamente; como la longitud, el peso, la velocidad, o la luminosidad. Son también magnitudes el espacio y el tiempo. Grandor. Tamaño. Aspecto de las cosas por el cual son grandes o más pequeñas, en sentido espacial o no espacial: Un edificio de gran magnitud: La magnitud de la catástrofe. Un disparate de tal magnitud.’ Esta definición la consideramos muy acertada para entender la medida tradicional debido a la presencia de la palabra “aspecto”, voz de amplia polisemia.
El hombre ha tardado o tardó tiempo en utilizar magnitudes físicas invariables que no sabía definir científicamente en un principio, como la longitud, el peso, la capacidad y mucho le costaría sacar un patrón, a todas luces, poco preciso. Desde luego el hombre debió de utilizar la magnitud de longitud a partir de su cuerpo, las llamadas “medidas antropológicas” de las que se han valido todas las culturas sin excepción. Y partiendo del principio universal metrológico tradicional que sostiene que lo que no tiene valor no se “mide”, los metales preciosos fueron los que primero se llevaron a la balanza, siendo el ponderal los granos o semillas durante mucho tiempo y que se sustituyen por láminas metálicas finísimas en el siglo XVI en España, como en otros lugares. ¿Cómo guardar unas semillas y cómo coger agua? El hombre se valió, “ab initio”, de unos envases o recipientes fabricados con los materiales más diversos. Así pues, el hombre midió también capacidades, magnitudes fundamentales para su quehacer. Pero también se vio abocado a valerse de magnitudes “humanas” que son aspectos de las cosas que tienden a ser cuantificadas indefectiblemente; esto es, pasar a ser número.
El hombre “ve”, “percibe”, “se enfrenta”, “extrae” del mundo, de las cosas que le rodean (árboles, el agua del río, una llanura, un grupo de animales, etc. ) unos aspectos, unos hechos significativos solamente y desecha otros. Es decir, de un objeto o circunstancia selecciona solamente aquellos aspectos que le son útiles.
Los “aspectos” que el hombre extrae de las cosas (su magnitud) son variadísimos pues nacen de la subjetividad, de lo que él considera relevante y que puede diferir de una cultura a otra. Decimos cultura y no otro hombre, pues al vivir en sociedad hay que sacar factor común…y las individualidades tienden a desaparecer… Una población tiene al hablar su peculiar entonación que se aprende sin querer y sin esfuerzo al escuchar a otros. Los gestos, los ademanes, también se aprenden y se socializan. No puede pasar inadvertido que muchas magnitudes dan pie a usar o valerse del lenguaje figurado: la metáfora, la metonimia, el sinécdoque…
Analicemos diferentes unidades de medida funcionales; no las convencionales de la ciencia.
La superficie de la tierra de labor se ha medido por la sembradura en todas las culturas aparentemente. No se sabe medir geométricamente, o no interesa hacerlo, pues no afecta a la economía, y sí se considera valiosísimo saber la cantidad de grano que se ha diseminado… El grano sembrado da pie a cuantificar la superficie por unidades de áridos: “tengo una finca que hace diez fanegas (cuartillas, celemines, ferrados, quarterades, barchillas, estopos, yeras, etc.) de trigo en sembradura”. Los nombres de obrada, yugada, huebra responden al tiempo que se emplea en ararla.
La superficie de la viña se ha medido por el tiempo que se tarda en cavarla, podarla y de ahí las unidades variables: peonada, cavadura, jornal, hombre, hoz (de poda). Medir la tierra por el grano cosechado no es usual y sí pueden encontrarse casos de medir la viña por las cántaras de vino extraídas de las uvas.
El agua es importantísima en cualquier cultura y por eso había que medir el caudal del agua fluyente por el valor económico que se añade al regar a una tierra. ¿Pero qué “aspecto” se hacía necesario destacar y que tuviera un componente cuantitativo para pasar a número? Había que sacar una unidad de medida como fuera, grande o pequeña… El surco que marca el arado sirve para que el agua discurra: ya estoy en puertas de sacar una unidad de medida. Y si en un cántaro hago un agujero minúsculo, como el diámetro de una paja de centeno, ya puedo hablar de una paja de agua….Muy largo de explicar es cómo nacieron las medidas variables de fila, filo, hila, azada, surco, buey de agua. Por analogía, surge la llamada unidad de medida fanega de agua, que es el caudal de agua suficiente para inundar la superficie de una fanega medida por la sembradura. Es sabido que eran medidas muy imprecisas, pero en el Siglo de las Luces, el XVIII, se las afina al hacer pasar el caudal por una figura geométrica cuadrada con el lado correspondiente a un dedo, pulgada, cuarta, pie, codo, vara. Pero tuvo que ser la ciencia, al aplicar el llamado “Principio de Torricheli” el que permitió medir el agua fluyente con rigor.
Una curiosa unidad es la de pierna en locuciones tales como: sabana de dos, tres, cuatro piernas, siendo la pierna la tela estrecha que sale del telar casero y que ha de coserse a lo largo para obtener la anchura deseada… Por analogía, hay mantas de dos, tres, piernas. Y además sabanas de dos, tres, telas. La magnitud es una superficie variable. También decimos hoy día una sábana camera, (en catalán de pare y mare). Esto nos está diciendo que el SMD es sustituido por una realidad cultural… ¿Por qué se ha elegido la pierna y en otros casos la tela? Responde a dos “aspectos” de la misma cosa. En un caso hemos seleccionado el material, la tela y en el otro una complicada metáfora… Podría decirse que al dormir, son las piernas las que necesitan más espacio pues actúan como un compás que cambia de amplitud, que las piernas están más sueltas que el resto del cuerpo. Un hombre es ante todo piernas (repárese en el dicho “ser un piernas”) que le confieren altura y movimiento. Esta explicación será siempre insuficiente no obstante, a la vista de tan ingeniosa metáfora.
Imagen de una media fanega, cortesía del Museo de Herreruela.
Son análogas las medidas: un armario de dos, tres, cuatro cuerpos. Un sofá de tres cuerpos. No nos vale el SMD y medirlo de esta forma es más intuitivo o funcional, pero a su fabricante, no le queda más remedio que usar el metro dividido en cien centímetros y mil milímetros. Lo medimos por un aspecto nada científico que viene a ser una metáfora, como pierna.
De un libro tenemos presente el grosor o el “aspecto”: un número de hojas que hay que leer, pero al final el “aspecto” resultante es la magnitud tiempo. Pero si ese libro va a un estante, y se trata de un atlas, no queda más remedio que observar especialmente la altura, pasando a un segundo plano su ancho, que hace olvidar el número de hojas.
El hombre que se encontraba ante un campo de cereal de trigo ya maduro, ¿qué “aspecto”, qué magnitud elegía para abordarlo? No lo podía considerar como una pella de grano o una tinaja de vino… No le quedó más remedio que hacer agrupaciones (vegetales) a partir de lo que le cabía en su mano a las que, consecuentemente, llamó manadas. Una manada es un ramo de flores que se basta a sí mismo en ciertos casos, pero una manada de cereal no es operativa y requiere más o mayor agrupación: la gavilla de seis manadas… y que en el caso de que se disponga de un animal o animales que tiran del carro, se pasa al haz que se compone de varias gavillas. Pero si no disponemos de un animal o de un carro, el haz es de menos manadas. La medida se humaniza consecuentemente. Y si es siempre la mujer quien lleva el haz de lino a la balsa o poza de agua, enriar es la acción, el haz ha de ser más pequeño y se crea una unidad de medida llamada veinte que consta de veinte manojos. La fuerza de la mujer en este caso condiciona la medida.
Un haz de cereal va fajado por ser más valioso que un haz de hierba que se agrupa en montones variables o se carga en un carro. Una carro de hierba es medida de volumen, pero si consideramos la tierra que emerge tras la hierba segada, pasa a ser una unidad de superficie característica de Cantabria: “tengo una tierra que hace tantos carros”, a los que se denomina unas veces carros de hierba, otras carros de tierra y también se denominaron carros de estiércol.
La magnitud utilizada para el negocio de la seda, la sericultura, es en principio, la onza de seda (también llamada onza de simiente de seda, onza de cría de seda ), pero en Pasarón de la Vera, en el siglo XVIII, es dedal de seda. Del dedal se extrae un “aspecto” o valor que no parece que sea pertinente a su fabricación que no fue otro que proteger el dedo a la hora de la tradicional costura. Pues bien, si no se dispone del ponderal onza, los “pasareños” llenaban ocho de estos dedales de huevos-gusanillos para obtener una onza de cría de seda. Pero esta unidad de medida pasa a designarse onza de hoja (de morera) tan pronto arrancan a comer vorazmente dichas hojas los gusanos a lo largo de 30 días con alguna breve parada. Y el sericultor no aprecia un pie de morera por su sombra, sino por su frondosidad de tal forma que dichos arboles se convierten en medida toda vez que cinco moreras dan alimento a media onza de seda como en este texto de 1572, con motivo del repartimiento de Daimalos (Malaga), en donde se lee: Tasose media onza de cria de seda que ha de haber en cinco morales …¿Estamos ante una unidad de volumen? Apuntemos finalmente, que los hilos obtenidos de los capullos en los que se enquista el gusano, se miden también por onzas.
Pero medir la huerta o huerto por ruedas de huerta, es ingeniosa medición superficial. Se ha elegido un “aspecto” de la huerta altamente significativo. Si no hay regadío no hay huerta y una forma de regarla es utilizar la noria, que no es otra cosa que una singular rueda… En el Catastro de ensenada, 1751, en un pueblo toledano llamado Torrico, se lee: “y así mismo que la rueda de huerta de hortaliza dará de útil 400 reales”. La palabra rueda aparece también como unidad de medida en la expresión “una rueda de escabeche”, un trozo de bonito en tierras leonesas y que en este caso la magnitud es cantidad-porción. Sin embargo, no acabamos de saber que es rueda en la frase: “Y otra alfombra de tres ruedas, en quarenta rreales”, en un documento notarial toledano de 1582.
Una curiosa medida del huerto, la de su superficie, es hacerlo por el número de coles …que se toman en consideración…, por lo que ocupan en el desarrollo máximo que hace que se aproximen unas plantas a las otras sin dejar mucho espacio. Esto es lo que se lee en el Fuero Medieval de Navarra: “el huerto sea en que puedan ser 13 cabezas de coles cuando sean grandes asií que las raices non se toquen el uno al otro”.
No deja de ser curioso el medir la paja por uñas, paja que ha de servir de cama al caballo del señor que visita sus feudos. La magnitud o “aspecto” es el volumen o cantidad de paja que llegue a tapar o cubrir la pezuña del animal.
Otra magnitud o “aspecto” de las cosas es el valor. El comercio asigna un valor a la medida. Los codos en la Navarra medieval tienen distinta longitud según sea el precio del producto. El codo de tierra o de adobes es más largo que el de la madera, y este más largo que el codo textil, y la tela de seda medida por codos, ha de hacerse con el más corto. La valoración catastral en la ciudad de Madrid, no respeta la superficie, sino la zona en donde se halla el piso; es decir, a igual superficie, varia el precio según la ubicación del inmueble. Por otra parte, cuando se reparten las fértiles tierras de la huerta murciana en el siglo XIII, el valor vuelve a ser el “aspecto” utilizado para medir, pues la unidad superficial musulmana tahúlla se convierte en alfabas según la calidad del terreno y que se beneficia del riego. La casuística está servida. La relación tahúlla–alfaba no es constante.
Pero el valor, el precio que se otorga a las cosas, hace tambalear la medida. Así la aranzada es lo que se puede comprar con una moneda de plata llamada arienzo, como la maravidada con un maravedí, dinerada, etc. El ponderal de una onza de peso (28 gramos) o el de libra (460 gramos) son inútiles desde el momento en que los ayuntamientos fabrican pesas por el valor de un, dos, tres maravedíes, blancas, etc. La moneda hace de medida, como al echar 20 euros de gasolina al coche, lo que hace que nos olvidemos de la capacidad. Al enfrentarnos a un producto caro, el “aspecto” que utilizamos es el que más nos conviene psicológicamente. La medida, si no se altera, al menos se conforma al capricho del hombre. El sentimiento es lo que se valora.
Los objetos que nos son cercanos se tienen que utilizar en la medida por razones de eficacia o por cultura. Se comprende que la fachada de la casa se mida por remos en la Galicia del litoral. Las dimensiones de una casa popular desde la edad media se han medido por tapias o tapiales y cabrios, cabriadas, vigas… La superficie de la tapia estaba establecida o si se quiere su volumen: ancho, largo y alto. Era cómodo contar las tapias para saber las dimensiones de una casa. Pero, además, las maderas de la techumbre asomaban al exterior… Y como estos maderos estaban separados por la longitud de un pie, calcular la superficie era fácil y a la vez cómodo. Este era el criterio del que se valía el fisco para imponer el IBI de aquel momento. De manera análoga, hay en el país vasco una unidad superficial llamada manzano, que se deriva de la distancia fijada por la costumbre y ordenanzas municipales que exigen que cada pie de manzano esté separado del otro por un número determinado de brazas o estados.
Un ejemplo de magnitud singular ilumina un cuento del escritor mejicano Juan Rulfo, ¿No oyes ladrar los perros?. Cuenta cómo un anciano padre lleva a cuestas, sobre la espalda a su hijo malherido en una refriega tabernaria… Los brazos del hijo – que tiene asidos a los suyos – no le permiten oír los ruidos de la noche a lo largo de un pedregoso camino que termina en una pequeña población mejicana donde hay un médico. No sabe la distancia que le queda por recorrer con tan pesada carga y son los ladridos de los perros los que pueden darle una pista: si oye ladridos la distancia es ya corta. El padre necesita saber perentoriamente cuánto camino le queda por recorrer… Pero la magnitud de longitud solamente se deduce, se percibe por unos ruidos que se van haciendo más audibles a medida que se acerca al poblado… Quiere asir algo mensurable: el “aspecto” es o son los ladridos de unos famélicos perros. Toma en consideración un ruido: magnitud difícil de calibrar, pero que le vale. El drama de la historia es que el hijo que oye bien, no le advierte al padre de tal circunstancia y por eso en el relato el padre le pregunta varias veces: ¿No oyes ladrar los perros? , Pero ¿no oyes ladrar los perros?
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