HistoriaNúmero 6

La Metrología postal de Campomanes

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Mario Ruiz Morales
Centro Nacional de Información Geográfica
Universidad de Granada


Campomanes fue el prototipo de hombre ilustrado en la España del siglo XVIII. Aunque su competencia política sea tan notoria, no ocurre lo mismo con su eminente contribución metrológica. El objetivo de este artículo es precisamente reivindicar el análisis tan certero que incluyó en los capítulos IV y V de su celebrada obra: Itinerario de la Carrera de Postas de dentro y fuera del Reyno, publicada en 1765. De entre sus muchas consecuencias, me permito subrayar las relaciones que estableció al comparar las medidas más usuales de nuestro país y sus homólogas del resto de Europa.

Campomanes was the prototype of erudite man during the XVIII century in Spain. Although his political capability is clearly established, his eminent metrological contribution is less known. The main objective of this article is to bring to light the accurate analysis included in chapters IV and V of his popular book: Itinerario de la Carrera de Postas de dentro y fuera del Reyno (1765). Among all the results, the relationships between the most common Spanish measurements and their homologous from other European countries should be underlined.

Retrato de Pedro Rodriguez Campomanes en la Real Academia de la Historia y prototipos de la vara castellana, allí depositados.

Entre los estudiosos de las ciencias geográficas y de su interdependencia con la historia de la metrología, suele ser muy poco citada la aportación realizada en el siglo XVIII por uno de los españoles más ilustres de aquella época, Pedro Rodríguez Pérez (1723-1802). Este enciclopedista y asturiano universal, prototipo de hombre ilustrado, fue nombrado conde de Campomanes por el rey Carlos III, en reconocimiento a sus muchos servicios prestados al Estado. Aunque no sea este el momento ni el lugar para comentar la extensa producción bibliográfica de este hombre de estado, no conviene olvidar que suyo fue el Tratado de la regalía de amortización y un informe fiscal que sirvió de soporte para la posterior expulsión de los jesuitas, quienes lo venían tachando de jansenista antes de que esta se llevase a cabo. Se comprende así que no gozase de simpatías entre la jerarquía eclesiástica y los círculos reaccionarios, baste decir que cien años después de su muerte, era considerado por Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912) como “azote y calamidad inaudita para la iglesia española”.

Diez años antes, en 1755, había sido nombrado Asesor General del Juzgado de Correos y Postas del Reino, un cargo para el que fue propuesto por su valedor Ricardo Wall y Devreux (1694-1777) un diplomático irlandés al servicio de España y Teniente General de sus ejércitos. Transcurridos seis años en su nuevo destino escribió Campomanes el conocido Itinerario de las Carreras de Posta de dentro y fuera del reyno, una obra que fue sufragada por el propio rey, según agradece el autor en el ofrecimiento de la misma. La importancia de la metrología no tarda en hacerse patente, ya que en el título I (Viajes por la Posta) del su capítulo I (Reglamento General expedido por su Majestad en 23 de abril de 1720) se recoge lo siguiente: I. A todos los Correos de la Corte, que hicieran viajes desde ella a las Ciudades del Reino, que sean despachados para dependencias de mi real servicio, y vayan en diligencia, les señalo ocho reales de plata nueva por cada legua, sea, o no de travesía, esto es siendo yente. Pero si el viaje fuere yente y viniente , solo se ha de socorrer al Correo a siete reales de plata moderna por legua … Asimismo se estipulaba en el Título II (viajes de los Correos de a pie) los salarios correspondientes: I. Los Correos de a pie, que sirvieren los viajes, que llaman a las veinte (y bien entendido se obligan a andar veinte leguas cada veinte y cuatro horas) cumpliendo con el encargo, se les ha de pagar a cuatro reales de vellón por legua. Y si el viaje yente, para restituirse el paraje de donde fue despachado, se les ha de dar a real de vellón por legua; pero siendo yente y viniente, se han de regular las leguas de ida y vuelta a los expresados reales de vellón.

Sin embargo, la contribución metrológica propiamente dicha figura en los capítulos IV (Regulación de las diferentes leguas, millas y otras medidas itinerarias, empleadas en las Carreras y Travesías de Posta) y V (Continuase el Examen de las medidas itinerarias de España en particular). El primer capítulo, de menor extensión que el segundo, es de carácter global y trata de encuadrar las medidas españolas en el marco europeo. Campomanes comienza su discurso dando por sentado la utilidad de las diferentes medidas para fijar el recorrido de una posta a otra, aunque acto seguido dijera que no se trataba de una materia tan averiguada como pudiera creerse, ya que son variadas las discrepancias entre unas y otras medidas, así como imprescindible el conocer la equivalencia entre todas ellas “para saberlas reducir a nuestra medida española”. Enseguida dio cuenta del método indirecto, ideado por geómetras, para que el usuario medio pudiese determinar por sí mismo la equivalencia deseada. El procedimiento no era otro que el fijar la relación de cada una de las unidades empleadas con el grado terrestre, siendo esta la evidencia más notable que muestra la conexión de la geodesia con la metrología. El ejemplo incluido en el texto fue muy oportuno: el grado medio constaba de 57000 toesas, de 399000 pies castellanos o de 133000 varas.

El recorrido geográfico de Campomanes empieza con España y Portugal, señalando que la legua española era de dos tipos. El desarrollo de la primera lo consideraba igual a 5000 varas, esto es una legua de 17,5 en el grado, un tercio mayor que la legua legal u oficial. Ciertamente, esta segunda legua era más corta que todas las comúnmente usadas, al tiempo que la de 17,5 en el grado resultaba ser la media entre la legua alemana de 15 al grado y la legua marina, o de una hora de camino, de 20 en el grado. En este mismo apartado señalaba el autor que en España se empleaba solamente la legua común para calcular las distancias de unas postas a otras y que se valió de ella para formar el Mapa de Postas de España, luego impreso por Tomás López.

La información sobre Portugal la tomó nuestro protagonista de Joao Baptista de Castro (1700-1775) y más concretamente de su Roteiro de Portugal (Lisboa, 1748). Allí comprobó la ausencia de medidas itinerarias en el país vecino y la gran disparidad entre las leguas empleadas: pequeñas las extremeñas, mayores las de Alentejo y demasiado grandes las de Tras los Montes y el Algarbe. Más adelante se demuestra la poca consistencia de las leguas portuguesas, ya que, según el Ingeniero mayor del reino Manuel de Azevedo Fortes (1660-1749), debe de computarse la legua por una hora de camino a paso lleno, y ordinario, dando a cada legua 3000 pasos geométricos, y a cada paso geométrico cinco pies geométricos, que hacen casi siete palmos de Craveira . Finalmente reprodujo Campomanes las observaciones sobre el terreno que había efectuado Baptista de Castro: Solo es bien que sepa aver observado yo, que un Correo de a pie camina (en Portugal) en 24 horas de verano catorce leguas, y de invierno trece; y que un Postillón, y Correo yendo por la posta anda en las 24 horas treinta leguas.

Se refirieron a continuación las situaciones en Francia e Inglaterra, apoyándose para ello en los trabajos previos de los geodestas respectivos Jean Picard (1620-1682) y Richard Norwood (1590-1675), los cuales simultanearon sus investigaciones geodésicas con los estudios metrológicos. Picard estableció las relaciones de la legua francesa con el resto de las medidas itinerarias de Europa. En Francia se usaban generalmente dos tipos de leguas: la de 3000 pasos, o de una hora de camino, y la de 2500 pasos o de 25 en el grado. Norwood, por su parte, ya había hecho en su tiempo análogas comparaciones con la milla legal de Inglaterra, de 69 en el grado, dividiéndola en 5280 pies de Londres, idénticos a 1760 yardas u 8 furlongs. No obstante en el cómputo de las distancias sobre los caminos reales ingleses se distinguían las millas computadas de las millas medidas. Campomanes incluyó al final de este capítulo una Tabla de las Distancias Itinerarias en la que se reducían las medidas anteriores a varas castellanas, cuadro que también se reproducirá en su momento.

Frontispicio y cubierta del libro de Campomanes

Después, se centró Campomanes en la metrología rusa, apoyándose para ello en el Atlas del Imperio Ruso que había publicado la Academia de Ciencias de San Petersburgo en el año 1745, bajo la dirección del cartógrafo francés Joseph Nicolás Delisle (1688-1768) y la supervisión del gran matemático suizo Leonard Euler (1707-1783), a la sazón responsable del Área Geográfica de la Academia. La unidad básica del imperio era llamada arshin, la cual fue estandarizada por Pedro el Grande (1672-1725) en el siglo XVIII, y era similar a una vara de 71,12 cm. Tal unidad se dividía en 16 partes, denominadas vershoks . Su relación con el pie inglés era la siguiente: siete pies equivalían a tres arshins; se suponía pues que cuatro vershoks eran igual a siete pulgadas del pie inglés. Parecida a la toesa era la unidad llamada sazhen, cuyo valor métrico era de 2,13 m, la cual constaba de tres arshins. Quinientos ocho arshins formaban la unidad itineraria semejante a la milla, denominada versta, con un valor aproximado de 1067 m. Campomanes finalizaba este apartado recogiendo las equivalencias obtenidas por Picard: 104 verstas , o si se prefiere 104 verstas y 5/7 de sazhen coinciden con el desarrollo del grado terrestre

La información metrológica sobre Italia la basó Campomanes, parcialmente, en el conocido libro de viajes de Giovanni Maria Vidari (fl. 1730) titulado il Viaggio in Pratica (Venecia 1730), extrayendo de él la equivalencia entre cuatro millas italianas y una legua española; una

relación que era también defendida por José Garcia Caballero en su Breve Cotejo y Balance de las Pesas y Medidas de Varias Naciones, Reinos y Provincias, publicada en Madrid en el año 1731. Igualmente recurrió al clérigo, y matemático, Tomás Vicente Tosca (1651-1723) para citar las diferentes millas italianas, aunque éste se hubiese apoyado previamente en una obra de José Vicente del Olmo (1611-1696), geógrafo e inquisidor valenciano. El resumen de las mismas, que hizo Campomanes, reflejado en el cuadro adjunto, pone de manifiesto la disparidad entre las millas de regiones muy próximas; incluso en Mantua las había de dos clases, una doble de la otra, siendo el valor de la mayor casi el doble de la milla romana moderna y mayor que el doble de la de Ferrara.

Millas de Italia

De nuevo refería Campomanes a García Caballero para indicar que se debería consultar su obra para saber expresar las relaciones entre las varas castellanas, y otras medidas de España, con las de otros países. No obstante señaló como se equivocó aquel, atribuyendo 5000 pasos a la legua legal, es decir 8333 varas y 1/3, cuando en realidad no tenía más de 5000 varas de Castilla. El error, según el propio Campomanes, se debió a una simple equivocación: lo que se debe prevenir como un yerro más de descuido que de ignorancia, tomando el paso por la vara, la cual es menor que el paso 2/3. Las equivalencias aparecen al final de este capítulo de metrología postal en forma análoga a la que recogen las dos tablas reproducidas a continuación, tras la reproducción del título de su obra.

Añadía Campomanes una interesante nota a pie de página para explicar la inclusión del migero, análogo al miliarium romano: porque en las leyes de partida se cita esta medida tomada de los mismos, y aún en la Geografía de al- Idrisi…lo que es señal de que los árabes en España tomaron de nosotros esta medida geográfica…El migero no es propiamente a mi entender una medida española, sino una medida romana, que tomaron nuestros antiguos legisladores de ellos, y la diferencia solo puede estar en la extensión del pie. Campomanes incluyó en el listado de las medidas castellanas, la pulgada (5,5 granos de cebada ó 16 líneas), el dedo (4 granos de cebada atravesados o 1/16 de pie) y la línea (1/16 pulgadas), aunque he preferido excluirlos de la tabla por su insignificancia al expresarlas en varas.

El segundo capítulo metrológico del Itinerario de las Carreras de Posta es más detallado y extenso que el primero, además de especialmente brillante, mostrando a las claras la erudición, elevado nivel cultural y los probados conocimientos humanísticos de Pedro Rodríguez de Campomanes. En el inicio del mismo ya se apunta a que los verdaderos valores de las medidas itinerarias resultaban imprescindibles para acotar los caminos públicos “con medida cierta”. Es sumamente reveladora la cita que se hace de San Isidoro a propósito del firme de las calzadas, pues según éste fueron los cartagineses los primeros que hicieron empedrar los caminos y “que los Romanos los extendieron por todo el Imperio con dos fines, a saber de que los caminos fuesen rectos, y de emplear útilmente a los pobres, porque no viviesen de holgazanes”. Poco antes se había referido también a las unidades itinerarias empleadas por los diferentes pueblos, para medir las distancias entre sus ciudades: griegos (estadios), galos (leguas), egipcios ( schoenos) y persas (parasangas).

Milla o Migero

Campomanes se detuvo, a continuación, en el análisis pormenorizado de la milla o migero, indicando que los miliarios no tardaron en implantarse en todas las provincias del imperio. Aún se mantenían en Hispania después de los godos, tal como reconocía San Isidoro al comentar que, en su tiempo, se llamaban miliarios a las medidas de los caminos. Los miliarios, colocados a intervalos de 1000 pasos, tenían una doble finalidad que aclara el autor. Por un lado, la ya sabida de acotar el espacio y por otro un cierto carácter jurisdiccional, en tanto que servían para prescribir los términos. Debe de tenerse en cuenta que el rastro, o la jurisdicción del Prefecto (Gobernador de Roma), se extendía a cien millas de aquella ciudad, y que pasado ese punto “no podía extender su conocimiento, o jurisdicción”. Ese es el origen de que en nuestra antigua legislación, continuaba Campomanes, se usen indistintamente los migeros o las millas con igual efecto, esto es: determinar el rastro o jurisdicción de los Jueces de la Corte del Rey. En cuanto a la extensión de esas medidas itinerarias, coincidía con el número de pasos del miliario, o lapis romano; Habiéndolo fijado taxativamente el rey Alfonso X el Sabio, cuando dispuso que la legua del rastro de la Corte constara de tres mil pasos.

Las millas romanas no se computaban desde el mismo punto origen, tal como recordaba Campomanes, en efecto: las del rastro se comenzaban a contar a partir de los muros de Roma, al contrario que las de las calzadas militares cuya milla cero coincidía con el llamado miliario áureo. Este miliario ya desaparecido fue levantado por orden del emperador Augusto en el Forum Magnum, al tiempo que nombró Magistrados encargados de la conservación de las calzadas, especialmente las más próximas a Roma. Parece ser que la costumbre de grabar las distancias en los miliarios procede de la época de los Gracos, es decir del periodo comprendido entre los años 133 y 121 a. C. Campomanes trajo a colación la opinión del hispanorromano Marco Fabio Quintiliano (c.39-85), según la cual la rotulación de las distancias en los miliarios obedeció también a la necesidad de informar a los caminantes acerca del camino recorrido y para que les sirviera de distracción. De nuevo recurrió Campomanes a San Isidoro para asegurar que de todos los descubrimientos realizados en las calzadas se deducía que las distancias se evaluaban solamente mediante las millas, o migeros de mil pasos. El epígrafe dedicado a la milla se culminó recordando que las leyes de partida daban mil pasos a cada milla y tres millas a cada legua, resultando pues una legua de tres mil pasos. Igual había sucedido con las leyes del fuero-juzgo en las que las distancias itinerarias se medían en pasos, de manera que las partidas solo consagraron la tradición, según Campomanes.

Milliarum Aureum en el Foro romano

Paso o Tranco

Aunque la milla constase de mil pasos, recordaba Campomanes que, según Ambrosio de Morales (1513-1591), había dos clases de pasos: el paso común, o gressus, y el geométrico de cinco pies (también geométricos) que solían usar los geógrafos. Los pasos de que constaba la milla eran geométricos, a los que, en España, se llamaba trancos. El mismo Morales decía que su medida coincidía con lo que “se pueden extender las piernas, y apartar los pies, echando uno delante de otro”. Ese mismo paso geométrico se citaba también en la Cosmografía de Apiano, revisada por Regnier Gemma Frisius (1508-1555), aunque con el nombre de pasada geométrica o doble. Campomanes hizo a continuación una matización importante: Es menester sin embargo advertir, que habiendo en el pie Romano al español la diferencia como de 12 a 13, esa misma hay en el paso español y pies de que se compone.

Estadio

Al referirse al estadio, eligió Campomanes el que constaba de ciento veinticinco pasos, o bien de seiscientos veinticinco pies. Tal número de pies era la octava parte de la milla, que tenía mil pasos o cinco mil pies. La elección no dejaba de tener sentido, pues no había nada tan incontestable en la metrología histórica como el hecho de que la milla romana tenía ocho estadios de los llamados olímpicos. Asimismo incluyó la referencia tan lógica que realizó en su momento Elio Antonio de Nebrija (1441-1522) con relación al pie romano y a la necesidad de compararlo con el pie castellano. La postilla la puso Ambrosio de Morales cuando añadía “Y así queda obligado el Geógrafo Español a buscar certidumbre en el tamaño de su pie antiguo para no errar en las distancias, que quisiera medir”, tal como señalaba el mismo Campomanes.

Pie Español

En este apartado reivindicó Campomanes las aportaciones metrológicas de Nebrija, una circunstancia muy poco conocida fuera del reducido grupo de los especialistas. Este gramático insigne, el típico maestro del Renacimiento, intentó obviar, en lo posible, las incoherencias propias de las medidas de tipo antropométrico, construyendo para ello un prototipo. Todos sus estudios metrológicos los resumió en las lecturas que efectuó en la Universidad de Salamanca y que parcialmente son reproducidas por nuestro autor; un texto que, por su trascendencia para la historia de la Metrología española, debe ser trascrito en este momento: Este doctísimo varón leyó en la Universidad de Salamanca, en el año 1510, un discurso latino en que determinó puntualmente la medida del pie. Dice pues que midió dos miliarios de la vía militar de Mérida, y que el modo de hallar el tamaño, o medida, del pie en el intervalo de dos miliarios fue este. Como cada miliario tiene mil pasos que hacen cinco mil pies, tomé un cordel que ni se pudiese aflojar ni encoger. Después medí el espacio que hay entre los dos miliarios, hasta que cien vueltas de aquel cordel comprehendieron todo el trecho contenido entre los dos mármoles. La quincuagésima parte del cordel me demostró la medida determinada del pie, puesto que cada miliario está a distancia de cinco mil pies. Del estadio de Mérida dividido en CXXV pasos, y cada paso en cinco pies, me resultó la misma largura del pie: la cual señalé para ponerla de manifiesto al público en la magnífica Librería (que ahora se está construyendo en nuestra Universidad de Salamanca) para los usos venideros. A saber: para que siempre que ocurra alguna duda respecto a cualquier medida, se ajuste por aquel patrón, y a fin de que se sepa como dice el Apóstol: cuál es la largura, la anchura, la profundidad, y la sublimidad o altura. Lamentablemente no se conserva el referido patrón, el cual parece que no llegó a estar expuesto en la Biblioteca salmantina, a tenor de lo expresado por A. de Morales: Más allí en su repetición de pesos y medidas, donde lo trata, no declaró que tanto sea, sino prometió dejarlo en la Librería de Salamanca, donde no quedó, y así se quedó sin poderse saber lo que él había averiguado.

Otra de las mediciones de que dio cuenta Campomanes fue la practicada por José Ginés de Sepúlveda (1490-1573), cronista de Carlos V y preceptor de su hijo Felipe, durante un viaje que realizó desde Badajoz hasta Lisboa para acompañar al Obispo de Cartagena. El propio cronista detalló sus operaciones en la carta que escribió al príncipe Felipe, informándole que al pasar desde Salamanca a Mérida, por el camino de la Plata, había medido las distancias entre los miliarios. Así dedujo que el pie castellano era igual al romano. Parece ser que Sepúlveda había hecho en Roma un modelo metálico del pie, ajustándolo a sendos prototipos de piedra hallados en aquella ciudad, y que se lo entregó al futuro Felipe II. Sin embargo no tardó en ser refutado por Ambrosio de Morales, apoyándose en las mediciones sobre el terreno de Pedro Esquivel (¿-1750), en estos términos: Tomó buen medio, más aprovechose mal de él, pues resolvió que el pie Español conformaba en todo con el Romano.

Como bien explicaba Campomanes, la escasa fiabilidad de las determinaciones de Sepúlveda y la pérdida del patrón de Nebrija, si es que llegó a materializarse, revalorizó sobremanera las operaciones llevadas a cabo por Esquivel sobre la misma calzada, además de las que hizo en las ciento cuarenta lumbreras del acueducto de Mérida. De nuevo cobra valor el trabajo de Ambrosio de Morales, pues a él se deben los detalles de la operación realizada por el matemático y cosmógrafo español, habida cuenta del extravío de documentos e instrumentos propios de las mediciones. Dos fueron sus medidas fundamentales, básicas para conocer con exactitud la verdadera magnitud del pie castellano antiguo. He aquí el texto que seleccionó Campomanes: El Maestro Esquivel mirando estas lumbreras, consideró como estaban todas a igual distancia. Pasó adelante imaginando, que tendrían aquellas distancias algún número cierto de pies que el artífice les daría. Midió por esto una distancia con cordel, y halló que tenía cincuenta varas justas, y lo mismo tenIan todas las demás. De aquí entendió como en nuestra vara hay algunos pies al justo, y ellos forzosamente han de ser tres; pues más, ni menos no les sufre la disconformidad y entendió también como el artífice había puesto las lumbreras a ciento y cincuenta pies. Y de todo resultó saber con certidumbre, que un pie antiguo español tenía tercia de nuestra vara castellana al justo, que era ser un poquito menor que el pie romano .

La segunda medición de Esquivel, mencionada por Campomanes, fue la de los intervalos definidos por diferentes miliarios de la calzada romana en un trayecto superior a las veinte leguas, usando para ello cordeles de 50 varas. El resultado de la operación lo daba el mismo Morales, en estos términos: Y siempre halló que había en cada distancia de mármoles a mármoles treinta y tres cordeles y tercia de cordel, sin haber en una más que en otra. Y estos cordeles hacen al justo los cinco mil pies, de que se hacen los mil pasos de cada milla . Esquivel midió además varias distancias sobre calzadas marcadas en el Itinerario de Antonino, comprobando que en una legua entraban cuatro de las millas acotadas en las mismas. Otra de sus comprobaciones añadidas fue la verificación, mediante el cordel de 50 varas, de las leguas de las calzadas, hallando en todas las ocasiones que prácticamente coincidían con las comunes, pero no con las legales de 5000 varas.

Campomanes recordó también la equivalencia establecida por Mariana entre el pie romano y el español, el cual era una onza menor que el anterior. El celebrado metrólogo lo comparó igualmente con el hebreo, un tercio mayor que el español, y con el griego mayor que el nuestro en una octava parte. Análogo estudio hizo García de Caballero concluyendo que ambos pies se relacionaban como los números 12 y 13, una diferencia igual a la onza citada por Mariana. La contribución metrológica de Jorge Juan (1713-1773) tampoco es olvidada por Campomanes, señalando que el marino había dividido la vara en 3710 partes, correspondiendo al pie castellano la tercera parte, o tercia, es decir 1263 y 2/3. En cambio, el pie capitolino, evaluado también por Jorge Juan, resultó tener 1306 partes. De manera que el del Capitolio era al español, prácticamente, como el 12 al 13, dando así la razón al ensayador mayor del reino.

Vara

La vara fue la unidad más empleada en España hasta que se implantó definitivamente el metro, no en vano fue calificada por Mariana como la fuente u origen de las demás medidas de nuestro país, un juicio que compartía García Caballero. Aunque Campomanes no lo comente, si es conveniente recordar que su valor dependía del lugar. En todo caso había dos que podrían considerarse fundamentales, por una parte la castellana, o de Burgos, y por otra la de Jaca, o jaquesa. Sus respectivas equivalencias métricas eran de aproximadamente 83 cm para la primera y unos 77 cm para la segunda. Sus prototipos se repartieron por todo el territorio, como prueban dos ejemplos muy significativos: el de la vara castellana en la Plaza Chica de Zafra (Badajoz) y el de la vara jaquesa en la Catedral de Jaca (Huesca).

Prototipo de vara en la Catedral de Jaca. El empleo de esta vara jaquesa fue general en todo el antiguo reino de Aragón. Obsérvese que la marca es doble, en la superior aparece el patrón propiamente dicho y en la inferior el hueco en el que había que colocar la vara que se deseaba contrastar. Por encima de ambas señales y justo debajo del límite superior de la imagen hay otro segmento que parece corresponder al codo

La antigüedad de la vara de Castilla está plenamente confirmada, como bien señalaba Campomanes. Así lo evidencia el hecho de que el rey Alfonso XI (1311-1350) mandase custodiar en el Archivo de la ciudad de Burgos el correspondiente patrón para que todo el reino la adoptase como referente. Finalmente incorporó Campomanes la relación de la vara con otras medidas europeas, recuperando para ello los datos que había proporcionado Jorge Juan y Antonio de Ulloa, trece años antes en sus Observaciones Astronómicas y Físicas, hechas por orden de Su Majestad… , y que figuran en la tabla adjunta:

Legua legal

Al igual que la vara era en España la medida menor por excelencia, sucedía lo mismo con la legua para las medidas mayores o itinerarias, la cual era además la que tenía mayor desarrollo. Así lo entendía Campomanes, pues dedicó a su estudio la mayor parte de este capítulo metrológico. En primer lugar se refirió al origen del vocablo legua, citando, como ya hizo San Isidoro, que era de origen galo. Igual tesis defendieron muchos otros autores clásicos, como dejó escrito el capellán de Felipe II, Sebastián de Covarrubias y Orozco (1539-1613). Algunos autores defienden la existencia de una sola legua de 5000 varas, o de 26,5 en el grado, apoyándose en la expresa referencia de las Partidas de Alfonso X el Sabio. Así lo creyeron también Sepúlveda y Jorge Juan, apuntando este último que la legua de 5000 varas era la legua española, excluyendo por consiguiente a todas las demás, tal como citaba Campomanes. Más concreto todavía fue Covarrubias en su Tesoro de la Lengua, pues indicaba que la legua era el espacio de camino que contenía en sí tres millas; opinión que compartía con él Diego de Covarrubias y Leiva ( 1512-1613), tío y protector del anterior, además de Obispo de Cuenca.

A este mismo tipo de leguas ya se había referido extensamente Ambrosio de Morales, advirtiendo que también era conocida con el nombre de Cordel de la Corte, como ya es sabido. Sus medidas fueron muy claras: tres millas, o 5000 varas, o 15000 pies. Sin embargo no había unanimidad sobre este particular, tal como reflejó Campomanes, pues según él tanto Mariana como García Caballero cometieron el mismo error al suponer que el valor de la legua legal era de 5000 pasos o 25000 pies. Jorge Juan, en las Observaciones ya referidas, aclaraba por fin la cuestión, al entender que el desarrollo del grado del meridiano contiguo al Ecuador comprendía 26,5 leguas españolas, consideradas estas de 5000 varas. Su aproximación a esta legua legal, la culminó Campomanes con un serio reproche al matemático, y cartógrafo, Andrés García de Céspedes (1560-1611), por haberla confundido con la legua española: … pero se opuso al general sentir de la Nación, señaladamente al de nuestros Cosmógrafos, como se verá luego. De que resulta que los cálculos de leguas, excepto en lo forense jamás se han hecho por la legua legal, sino por la común, según lo manifiestan el mismo nombre y la experiencia.

Legua Común

El aparente carácter local de la legua y la consecuente dificultad que surge para considerarla itineraria, fue superado por Campomanes, aunque confesara que en su computación “se encuentra efectivamente variedad”. Sin embargo no tardaba en añadir que “la legua común es cosa muy diferente de la lengua computada , o vulgar”. La razón que aducía era consistente “porque al paso que esta no tiene medida determinada, la común la tiene clara y cierta de cuatro millas antiguas, como lo prueban casi todos nuestros Autores Españoles”; de hecho Sepúlveda, en sus mediciones extremeñas, halló esa misma correspondencia. Campomanes aportó, como prueba suplementaria, la expresa definición de la legua que había dado siglos atrás el historiador Florián de Ocampo (1513-1590): Son estas leguas una cierta distancia llamada de tal nombre, que los Españoles usan en sus caminos, poniendo por cada legua 4000 pasos tendidos, y por cada cual de estos pasos cinco pies de los comunes , ni muy grandes, ni muy pequeños, así que cada legua tenga 20000 pies de estos tales.

De nuevo recurre Campomanes a los experimentos topográficos de Esquivel, a través del cronista Ambrosio de Morales, para insistir aún más en la verdadera magnitud esta legua: Cuatro que hacen una legua, ciento y treinta y tres cordeles y tercia de cordel, en que habrá cuatro mil pasos, seis mil seiscientas y sesenta y seis varas y dos tercias, y veinte mil pies . Muchas de las mediciones del catedrático de Alcalá se efectuaron, como es notorio, sobre la calzada de Mérida, comprobando, según Campomanes, que donde ponen comúnmente diez leguas, se hallan cuarenta de aquellos espacios señalados con las columnas: que es lo mismo que cuarenta millas por diez leguas, a razón de cuatro millas por cada una. Aunque Esquivel realizó otras comprobaciones en vías del Itinerario de Antonino, lo resaltable en este contexto es su intento de fijar un prototipo sobre el terreno. Ciertamente, Ambrosio de Morales dejó escrito que Esquivel le había comentado que desde el umbral de la Puerta de los Mártires, en Alcalá de Henares, hasta la pared de un mesón llamado Canaleja había justamente una legua de las de a cuatro millas, la cual podría servir muy bien de vara de medir para todas las leguas de España. Para Campomanes no había pues duda de ninguna clase: la exactitud y precisión de las operaciones de Esquivel… hacen ver que esta materia quedó perfectamente averiguada y reducida la legua común española a 4000 pasos o 6666 y 2/3 varas castellanas, ó 20000 pies, ó cuatro millas de 33 y 1/3 cordeles, dando a cada cordel 50 varas.

También están de acuerdo con que la legua común tenía cuatro millas, tanto Mariana como Ocampo, a pesar de que consideraban real la disparidad entre las diferentes leguas provinciales. Así lo certificó el primero de los dos en su obra De ponderibus et mensuris , al observar que el arzobispo San Ildefonso (606-669), en la vida del mártir Asturio, aseguraba que Alcalá distaba 60 millas de Toledo, o 60000 pasos, y que entre esas dos ciudades se contaban quince leguas. En cualquier caso, es evidente que la existencia de las dos leguas, legal y común, obligatoriamente producirían conflictos; así lo reconocía explícitamente Campomanes con estas palabras:… pretendiendo muchos reducir a legales todas las leguas, se motivaron diversos recursos. El primero lo introdujeron los Procuradores de Cortes en las de Valladolid de 1537, pidiendo que se midiese la distancia de Matapozuelos y Alcazaren, para saber si estaban dentro de las cinco leguas del rastro de Valladolid; pero la respuesta de S.M. fue: A esto os respondemos, que mandamos que no se haga en esto novedad.

El propio Felipe II (1527-1598), queriendo evitar la proliferación de pleitos, emitió una pragmática el 8 de enero de 1587, cuyo contenido fue eminentemente metrológico e incluido en un informe emitido en Toledo (1758) sobre la homogenización de pesas y medidas. Campomanes reprodujo un párrafo de dicha pragmática que es del todo elocuente:… Por la cual ordenamos, y mandamos, que todas, y cualesquiera leyes, y pragmáticas, Cédulas, y provisiones nuestras, de cualquier calidad, que sean, que hablan y hacen mención de leguas, y hablaren de aquí en adelante, se hayan de entender, y entiendan de leguas comunes, y vulgares, y no de las que llaman Legales: y así se haya de juzgar, y juzgue por los del nuestro Consejo, Presidentes, y Oidores de las nuestras Audiencias, y Chancillerías, y por todas las otras Justicias en los Pleitos, que de aquí en adelante se movieren, y en los que al presente hay pendientes, y no estuvieren fenecidos

Terminada su incursión legal, retoma Campomanes la búsqueda del verdadero desarrollo de la legua común y tiene en cuenta el relato efectuado por el portugués Gaspar Barreiros de Sexas (¿-1574) del viaje realizado, desde Badajoz a Milán, en el año 1546. En él se repite que siempre computaba cuatro millas por legua, como sucedía con las 24 millas que separaban Arriaca (Guadalajara) de Cessata (Hita), las cuales concordaban con las seis leguas que cuentan de Guadalajara a Hita, que es el dicho lugar de Cessata. Por otro lado, el propio viajero portugués había transformado los 40000 pasos existentes entre Esur y Mértola en diez leguas. Barreiro pensaba que los antiguos no habían medido las millas de las calzadas romanas mediante pasos y estadios fijos, sino que, por el contrario, lo hicieron por una estimativa, y discurso general, por el cual los hombres juzgan las cosas, como Antonino las millas al poco más, ó menos. Asimismo se desprende de su relato que en Portugal el uso de la legua común estaba tan arraigado como en España.

A la vista de todos esos testimonios, concluía Campomanes con el resultado siguiente: De que se infiere que la regla de medir las leguas comunes, es constante, cierta, e invariable, por más que una, u otra legua vulgar varíe en algo más, o menos, y no sea tan constante, y justa como la que midió Esquivel desde el umbral de la Puerta de los Mártires de Alcalá a la pared del mesón del lugar de Canaleja. Más adelante añadía que las postas y las distancias correspondientes estaban reguladas con esa equivalencia de cuatro millas por legua, cumpliéndose así no solo la pragmática de Felipe II, promulgada el 8 de enero de 1587, sino también la Real Ordenanza de Felipe V (1683-1746), promulgada en el año 1720.

Legua Geográfica o de 17,5 al grado

La tercera clase de leguas usadas en España fue la llamada geográfica o de 17,5 en el grado, la empleada por geógrafos y marinos; de la importancia que le daba Campomanes da fe la extensión de este epígrafe (la mayor de todas) y el hecho de que cerrase así este el capítulo metrológico. Ya desde el comienzo se pone de manifiesto la utilidad de esta medida itineraria, una especie de prototipo universal, en tanto que con ella se podían uniformizar las medidas de los diferentes países, así lo explicaba Campomanes: Todas las Naciones en sus provincias particulares experimentan el perjuicio de la variedad, y diferencia en las medidas itinerarias, y por eso han convenido en una general. Las Provincias de Francia, las de Italia, y las de Alemania varían mucho en estas medidas; pero las leguas, o millas comunes, o generales de estas Naciones no por eso dejan de ser constantes y ciertas.

El resto del trabajo de Campomanes es prueba palpable de sus múltiples conocimientos cosmográficos, en los que no faltaban las obligadas referencias de los autores más señalados en esas materias, tanto nacionales como foráneos. Su exposición se inició recordando el papel tan preponderante que habían jugado los pilotos y cosmógrafos de la Casa de Contratación, un centro sin parangón en su tiempo y una verdadera Escuela de Cosmografía y de Náutica, que situó a España en la vanguardia de tales disciplinas científicas. No obstante, ha de tenerse muy presente que las representaciones cartográficas de aquel periodo histórico adolecían de varios defectos insuperables, destacando la imposibilidad manifiesta de hallar las longitudes geográficas con la incertidumbre debida y la adopción del modelo esférico de la Tierra, el cual no sería sustituido por el elipsoide de revolución hasta la segunda mitad del siglo XVIII. La formación de los mapas era una cuestión de estado, como bien señalaba Campomanes, en cuanto que ya eran considerados como un buen instrumento de poder y gobierno.

Escultura dedicada a Campomanes en una calle de Oviedo, que lleva su nombre. El autor de la misma fue Amado González Hevia y se colocó en el año 2003.

Se entiende así la involucración permanente de la corona en las decisiones más relevantes: Isabel la Católica (1451-1504) creó la Casa de Contratación mediante la Real Cédula del 20 de enero de 1503, más tarde su nieto Carlos I (1516-1556) y su bisnieto Felipe II intervendrían decisivamente en la regulación de sus actividades. Así lo pensaba Campomanes cuando transcribió parcialmente la ordenanza CXXVI, avalada por el emperador y el príncipe, incluida después en la ley 12 del libro VIII (Título XXIII) de la Recopilación de Indias: Con mucho acuerdo, y deliberación de Pilotos, Cosmógrafos, y Maestres se hizo un Padrón general en plano, y se asentaron en un Libro las Islas, bahías, Bajos y Puertos, y su forma, en los grados, y distancias del viaje, y continente descubierto de las Indias, el cual Padrón, y Libro está en la Casas de Contratación de Sevilla, en poder del Presidente, y Jueces de ella, que los deben tener bien guardados, y reservados para cuando se haya de usar de ellos. Y porque así conviene, mandamos que las cartas que hicieren los Cosmógrafos, sean del dicho Padrón, y libro, y no se use de ellas en otra forma, y cualquiera de nuestros Cosmógrafos, que faltare a este ajustamiento, y puntualidad, incurra en pena de suspensión de oficio, a nuestra voluntad, y cincuenta mil maravedís para nuestra Cámara: y el presidente, y Jueces tengan continuo cuidado en ordenar, y los que hacen las dichas cartas, para que añadan lo que de nuevo se hallare al principio de cada un año, con el Piloto mayor, y otras personas sabias en el Arte de navegar, que vean, y reconozcan las relaciones que los demás Pilotos hubieren traído de las Islas, Puertos y Bajos, y lo demás que hubieren visto, y notado; y si hallaren que alguna cosa se debe enmendar, o añadir, o quitar, lo hagan, y se asiente en el dicho Libro: y si algo se ofreciere entre año, tan importante, que se deba luego proveer, sin esperar al tiempo referido, en tal caso hagan juntar luego a los susodichos, y ejecuten lo que pareciere más conveniente, y necesario.

La ordenanza disponía, indirectamente, la necesidad de fijar las distancias en leguas, pues se daba por supuesto que las distancias habían de medirse en grados y estos en leguas. Campomanes pensaba que una de las primeras equivalencias, en las que intervenía la legua española, fue citada por Apiano en la versión castellana de su Cosmografía (Amberes. 1575): según la cual, el grado de la equinoccial constaba de 18 leguas españolas. Para Campomanes, esa versión de la cosmografía incluía una descripción de las Indias extraída de la obra de Francisco López de Gómara (1511-1566), titulada Historia General de las Indias (1552). En ella se expresaban las distancias en leguas y grados, significándose además lo siguiente: La cuenta que yo llevo en las leguas y grados va según las cartas de los cosmógrafos del Rey, y ellos no reciben ni asientan relación de ningún piloto sin juramento y testigo. Así se ponía de manifiesto, según aquel, el buen hacer de los cosmógrafos y la vigencia de los mapas que manejaban, los cuales debían actualizar permanentemente.

La selección de los cosmógrafos de la Casa de Contratación, efectuada por Campomanes, la encabezó un vallisoletano ilustre: el Piloto Mayor de su Majestad y catedrático de Cosmografía Rodrigo Zamorano (1542-1623). El motivo no fue otro que en su Compendio del Arte de Navegar (Sevilla.1588), y más concretamente en su capítulo octavo (La Cantidad absoluta de la tierra), se expresan las medidas de la Tierra en grados y leguas. A su circunferencia máxima le asignó seis mil trescientas leguas españolas comunes, lo que equivalía a afirmar que el desarrollo de un grado del meridiano constaba de 17,5 leguas; más adelante añadía que cada legua tenía cuatro mil pasos, cada paso cinco pies, y cada pie dieciséis dedos, en cada uno de los cuales entraban cuatro granos de cebada. Esa equivalencia entre el grado y las leguas fue repetida en su Carta de Marear, cuya primera edición apareció en Sevilla en el año 1579.

Continuaba la relación con García de Céspedes, el cual plasmó en su Regimiento de Navegación (Madrid, 1605) idéntica relación entre el grado de latitud y la legua española: según la común opinión corresponde a cada grado de elevación de Polo 17,5 leguas españolas. Surge de nuevo, en este momento, la duda que planteó en su momento Céspedes, a propósito del desarrollo de la legua española, una duda que según Campomanes obedecía a dos causas. Por un lado, el no saberse el número de estadios de que constaba dicha legua y por otro la gran variedad de valores que suponía este cosmógrafo. El caso es que llegó a la conclusión de que la legua española era de 5000 varas, o de 150000 pies, con la equivocación de pensar que estaba incluida 17,5 veces en el grado de meridiano. Jorge Juan demostró dicho error, ya que tomando la legua legal por la española el resultado no sería 17,5 sino 26,5, el resultado de dividir las varas del grado (132203) por 5000 (las varas de la legua legal).

Midiendo la altura del Polo Norte Celeste, supuesto coincidente con la estrella polar. Obsérvese que dos de las estrellas de la Osa Mayor están sensiblemente alineadas con el Polo. Ilustración de la Cosmografía de Apiano.

Campomanes trató de desmontar a continuación las dudas planteadas por Céspedes, a propósito del número de estadios de la legua y de la variedad existente entre sus valores. En relación con la primera decía que no alcanzaba a comprender su pretensión, pues era sabida la relación del estadio con la milla: “…de la cual es una octava parte. Pero en España aún esto es ocioso, midiéndose tanto las leguas legales como las comunes por varas, y así es determinada la legua legal por 3000 pasos, 5000 varas o 15000 pies; del modo mismo que la común por 4000 pasos, o 20000 pies antiguos, o 32 estadios que hacen cuatro millas de a ocho estadios cada una”. También refería Campomanes la diferencia entre la legua geográfica y la común, la cual estribaba en que los pies, de que constaba la primera, debían considerarse geométricos, o romanos, cuya relación con los españoles era de 12/13, añadiendo “porque la legua geográfica fue conocida, y anterior a la medida de Esquivel, y determinación del pie español”. En cuanto a la diversidad de las leguas, recurría Campomanes a la autoridad del cosmógrafo Zamorano, quien había determinado que cada legua de las de 17,5 en el grado era en realidad la legua común española de 4000 pasos: “De que resulta que la variedad de la legua de 17,5 en el grado no pende de que ella en sí sea inconstante, sino de la variación de las leguas terrestres, con que se compara”.

El siguiente autor mencionado por Campomanes fue el portugués Antonio de Nájera, puesto que en el prólogo de su libro Navegación Especulativa y Práctica (Lisboa 1628), criticaba la obra de los dos cosmógrafos anteriores, dando la razón a Zamorano. La equivalencia entre el grado y la legua geográfica tampoco ofrecía novedad alguna, ya que repite la relación fijada por aquel: los Geógrafos tiene observado, que cada grado, que se les levanta, o baja la estrella del Polo, le responde de camino distancia de 17 leguas y media, por lo cual dieron a todo el ámbito de la tierra y agua 6300 leguas: lo cual no pudiera ser con esta regularidad, si no fueran estos dos cuerpos juntos esféricos . Trajo también a colación la obra geográfica del general toledano Sebastián Fernández de Medrano (1646-1705), director de la Academia de Matemáticas de Bruselas y autor de un informe sobre su funcionamiento, en el que se apoyó el rey Carlos II para fundar la Academia Militar de Barcelona (1700).

Al tratar en él de la magnitud de la Tierra, explicó detalladamente como se había medido el desarrollo de un grado del meridiano terrestre:… supieron los matemáticos que a un grado de mayor círculo de la tierra correspondían 17,5 leguas, tomando un instrumento graduado, y eligiendo una Región muy llana, y notando en un paraje la altura del Polo, en que se hallaban, caminaron derechamente hacia el Norte hasta tanto que se hallaron en un grado más de altura: lo que sucedió al cabo de haber marchado 17,5 leguas, concluyendo con que a cada grado le correspondían otras tantas.

El penúltimo cosmógrafo referido por Campomanes fue el portugués Pedro Nunes (1502-1577), muy conocido en el mundo de la geodesia y de la cartografía por haber sido uno de los primeros estudiosos de las loxodrómicas, o líneas de igual acimut. Sin embargo, pasó a la posteridad por el invento del nonius con que dotó a los instrumentos científicos que construía para aumentar la exactitud de las lecturas. El descubrimiento lo incluyó en su libro Arte de Navegar , en el que también figuraba la nota que llamó la atención de Campomanes: un grado de círculo máximo en la superficie de la Tierra contiene dieciséis leguas y media, siendo esa la opinión de los Cosmógrafos Portugueses.

Sorprende que Campomanes dejase para el final al cosmógrafo sevillano Pedro de Medina (1493-1567), máxime cuando en su Arte de Navegar (1545), anterior a la ordenanza de Monzón, afirmase que cada grado constaba de diecisiete leguas y media. Otro de sus méritos añadidos fue el hecho de que su obra fuese una especie de libro de consulta al formar las cartas de marear. A él se debió también un Libro de Cosmografía, publicado en el año 1538, del que se ayudó para poder ingresar en la Casa de Contratación, en la que fue examinador de pilotos desde el año siguiente.

Ultimada la aportación de las pruebas, extraídas de obras cosmográficas tan notables, Campomanes coligió que no cabía duda acerca de la constancia de la legua geográfica y de que estaba avalada legalmente en nuestro país: como una medida constante, con que los Españoles han dividido el grado . Asimismo continuaba insistiendo, al final de su alegato, en que la legua geográfica española equivalía a 4000 pasos romanos, a 20000 pies romanos, a 21538,5 pies castellanos o a 7180 varas castellanas, según la estimación de los Cosmógrafos españoles. Ya estaba en imprenta el Itinerario de Postas, cuando vio la luz una interesante publicación de José Antonio de Gaztañeta e Iturribalzaga (1656-1728), su Norte de la Navegación (1682). Se trató de un pequeño contratiempo para Campomanes, que superó incluyendo una extensa nota a pie de página, para abundar aún más en que el valor del grado era de 17,5 leguas, tal como especificaba el gran marino vasco en su libro. En ella afirmaba, por otra parte y contundentemente, que su autoridad me parece que vale por muchas .

Al final, Campomanes tuvo que claudicar y terminar por aceptar valores sustancialmente diferentes del que tanto había defendido. Lamentablemente no entró a fondo en el asunto, limitándose tan solo a un breve apunte para aclarar que, según las medidas y las observaciones modernas, la magnitud recientemente obtenida para la legua era radicalmente distinta de la que indicaron los antiguos cosmógrafos españoles. El grave desencuentro fue debido a que el modelo matemático de la esfera terrestre había quedado superado por el elipsoidal, en el que el desarrollo del grado, y por tanto el de la legua definida en función de él, era dependiente de la latitud geográfica. A pesar de todo, Campomanes intentó guardar las apariencias, incluyendo una tabla en la que se vaciaban los desarrollos del grado, medido en varas y pies, según los cosmógrafos españoles antiguos y un hipotético grado medio (el mismo grado mediano) obtenido mediante las medidas modernas. En todo caso la diferencia entre los resultados de la tabla muestra con toda claridad la inconsistencia del modelo esférico de la Tierra, ya que con él se obtendrían resultados con un error por defecto próximo al seis por ciento.

Jornada

La jornada fue la última medida itineraria a que se refirió Campomanes en su capítulo metrológico, recordando que estaba contemplada en el derecho español y asociada al seguro de que gozaban los viajeros, a la Corte del Rey, desde la época de Alfonso X el Sabio. Este monarca decía a tales efectos: … esta seguranza deben haber desde el día que salieran de su casa hasta que lleguen a ella: e de si al torno hasta que lleguen a sus lugares, andando todavía jornadas comunales. Se estimaba que la jornada de un día equivalía a diez leguas de andadura , debiendo entenderse que se trataba de leguas vulgares, por ser estas de las que hablaba la ley. La exposición de Campomanes concluía recordando que en el imperio romano se hablaba de mansiones, correspondiendo ocasionalmente a las jornadas en el ya citado Itinerario de Antonino, añadiendo: “también hay en el Itinerario mutaciones , que equivalían a nuestras Casas de Posta , pero como en los números de Antonino suele haber error, y el cotejo de los pasos y millas que distaban las mansiones , pida una mayor indagación, me contento con solo apuntar esta especie, dejando su examen por ahora, con lo que concluyo el discurso”.

Homenaje postal al primer Conde de Campomanes, aprovechando la celebración del día del sello en el año 1992.

Epílogo

La influencia ejercida, por la obra metrológica y geográfica de Campomanes, sobre la producción bibliográfica posterior es una cuestión que todavía está pendiente de abordar con el suficiente detalle. Solo voy a dar aquí dos ejemplos, en cierto modo relacionados, uno cierto y otro muy verosímil. El segundo caso es la contribución metrológica del prestigioso cartógrafo y geógrafo francés Jean Baptiste Bourguignon de Anville (1697-1782), plasmada en su libro Traité des Mesures Itineraires anciennes et modernes (París, 1769). Y es que en su capítulo número XI, dedicado a la legua española, incluye numerosas referencias que coinciden con las desarrolladas por Campomanes. Se da además la circunstancia de que, en ocasiones, el texto recogido por el autor francés omitió palabras, que si incluyó Campomanes, básicas para comprender la idea que se pretendía transmitir. Lo sorprendente, a mi juicio, es que d´Anville no mencionase, en absoluto, el nombre del sabio español. D´Anville fue profesor del futuro cartógrafo Tomás López de Vargas y Machuca (130-1802), cuando éste se desplazó a París en 1752 comisionado por Zenón de Somodevilla y Bengoechea (1702-1781), siguiendo los consejos de Jorge Juan. A Tomás López se debe precisamente el primer ejemplo, ya que su interesante obra Principios geográficos aplicados al uso de los mapas , publicada en Madrid (1775), fue dedicada a Campomanes, al que consideraba un referente en los conocimientos geográficos y al que dedicó su libro. La dedicatoria refleja el respeto y consideración que sentía López hacia un personaje que había alcanzado ya el cenit de su carrera Primer Fiscal del Real y Supremo Consejo de Castilla. Su texto merece ser reproducido como homenaje a estos dos personajes, protagonistas singulares de la ciencia española en el Siglo de las Luces:

Parece natural que siempre que se ofrezca o dedique una obra, haya de ser a sujeto que tenga en ella conocimiento: porque se unen en este caso dos satisfacciones, que son el gusto del que la ofrece, y la complacencia del que la recibe. En lo acertado de mi elección no puede caber duda; pues dejando aparte las lisonjas, muy ajenas de V.S.I. todos saben de su talento en puntos geográficos; y si alguno ignorase este particular, podrá brevemente cerciorarse de ello con pasar la vista en su periplo; en el Itinerario Real de Postas de dentro y fuera de España, en la Noticia Geográfica del reino y caminos de Portugal &c. Si a V.S.I. presento este tratadito, no es porque lo creo perfecto, ni para que bajo su nombre se encubran sus defectos; pero si para suplicar disimule las faltas de los principios tan limitados de esta ensayo.

Nuestro Señor guarde la vida de V.S.I. muchos años. Madrid y Junio 8 de 1775. B.L.M. de V.S.I. su más rendido servidor. Tomás López.

Dos bellas imágenes del célebre postillón.

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